5 poemas inspirados en comida colombiana








Buñuelo

Tienes todo lo necesario para hacer 
que me levante en las mañanas.
Eres uno de esos casos, extraños, 
en los que el queso es un exquisito
perfume.

Gordito y redondito,
aquí no valen los prejuicios.

Ese color dorado-anaranjado 
que te pintó el aceite es una buena señal
para llevarte a la mesa y comenzar.

Te agarro entre la servilleta 
y tu piel comienza a hablar.
Por dentro suave y esponjado,
nadie se queja de tus contrastes.
Aquí todos hablan bien de ti, 
el chocolate caliente, la avena,
la gaseosa y la Pony son tus fans.

Me gusta que seas el protagonista
de mis antojos, me gusta ir a buscarte
cuando alguien de afuera pregunta:

—¿qué es lo mejor que se come aquí?

- Buñuelo.
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Panela

En mi taza por la mañana,
caliente, sin leche, con queso, deleite.

Disfruto tus formas, tus sinónimos.
Bañando la carne, bailando en el jugo
de limón con hielo, bajo el sol del valle.

Me gusta tu tradición,
tu pasión energizante.

Eres morena pero también tricolor,
eres canela, ¿quién dice que no?

Rallada, molida, melao, pechiche,
historias de un corazón que 
pasó por el trapiche.

Me gusta morder a pedacitos tu fortaleza.
Eres mi salvación cuando no tengo postre.
Panela.
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Salpicón

Solo aquí hay una parada de 
sabor en cada esquina. 

Y qué me dicen de los colores,
fruto de la alegría de estas tierras.

Se vale todo en un vaso. 
Es como una invitación a una fiesta,
vienen todas las frutas a celebrar.

Una unción tropical,
un mismo punto de encuentro.

Mi boca está hecha pedazos, 
pedazos exóticos e irregulares, 
refrescantes, con sabores sin iguales.

Échale fruta a la fruta. 
Sírvelo con helado, con barquillo y con galleta.

Si quieres ponle raspao, maracuyá, 
guanábana y milo chispeado,
aunque le llamen cholao.

Dame uno con ñapa de leche condensada.

Salpicón.
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Patacón

Va a sonar cruel 
pero todo empieza por quitarle la piel,
verde y salpicada.

No es para tanto, 
igual lo que viene 
también es culpa del cuchillo.

Cortes gruesos atravesados 
que van sin piedad a un mar
de aceite bajo un sol muy ardiente.

Parece una historia de terror, 
ahí viene la piedra con intenciones aplastantes,
un mal necesario con fines crujientes.

Me gusta esa multitud de burbujas
brincando en el aceite, 
eso indica que esto 
apenas está por empezar.

Deformes, 
delgados,
dorados, 
resquebrajados,
potentes,
sensibles,
esto en boca es una sensación indescriptible.

Con carne molida, 
con pollo desmechado, 
con queso rallado, 
con suero, 
con hogao, 
también con arequipe,
¿no lo han probado?

Parece que no tiene sentido
después de todo lo que te hice pasar, 
pero, te amo, patacón.
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Hogao

Tan sencillo y a la vez tan potente,
tan básico y también tan frecuente.

Oh, hogao, no tienes que presentarte,
te veo en todos lados.

Eres el comienzo de sabrosas historias,
la base de recetas históricas.

Leyenda.

Sofrito es mi canción favorita en la cocina.
El sonido de la cebolla clavándose
en el aceite es la armonía perfecta para
darle la bienvenida al tomate y comenzar el deleite.

Oh, hogao, no importa si estás solo o acompañado.
Eres ese cliché que siempre sabe bien.
Eres el alma de fiesta.

Antaño.

Si la cocina colombiana fuera una telenovela,
la cebolla y el tomate tendrían que ser los protagonistas.

Oh, hogao, esto ni siquiera ha empezado.

Eres alegría para chorrear. 
Que lo diga la papa, el patacón, la arepa o el tamal.

Romance.

Herencia de una cocina multicultural. 
Festival de sabores, paleta de colores.

Oh, ¡hogao!